martes, 28 de noviembre de 2017

Cumpleaños Feliz en el mejor lugar

Hace poco más de un año que soy voluntaria. Si bien no es mucho el tiempo contando los días que voy a albergue, las vivencias y experiencias, lo hacen parecer mucho más. 
He tenido la oportunidad de ver pasar miles de caritas sonrientes, angustiadas y molestas, de adultos y niños, y cada una de ellas ha escrito su propia historia en mi corazón. 



El martes que pasó fue mi cumpleaños. Y como ese día principalmente, me gusta hacer cosas que me den alegría, decidí comprar dos tortas y algunas golosinas, y llevarlas al albergue por la tarde. Considero que cualquier motivo es bueno para seguir celebrando la vida y que mejor que hacerlos felices a ellos también :)

Pero grande fue mi sorpresa cuando al llegar encontré a un gran grupo de señoras y niños que me recibieron con el "cumpleaños feliz" y un cartel hermoso hecho por ellos. Incluso habían preparado dos discursos. Quizá para muchos resulte ser una tontería, pero para quien no está muy acostumbrada a estas muestras de cariño y lindas sorpresas (mis hijos no son muy efusivos), todo esto fue algo inesperado y tan especial, sobretodo porque venía de quienes no lo esperaba.
Ellos parecían mucho más emocionados que yo, pusieron la mesa, cantaron dos veces el cumple, soplaron las velas por mí y me dijeron tantas cosas bonitas que hicieron de ese día, un día muy especial.

Y es que el amor tiene efecto multiplicador. Nunca sabemos exactamente cuánto afectamos la vida de la gente, ni lo importante que puede ser lo que hacemos en un momento. Hasta que nos sorprendemos con estas muestras de cariño increíbles. 

Debo reconocer también, que si bien me encanta compartir con ellos, jugar, hacer manualidades, enseñar a leer o escribir, dibujar o simplemente conversar, igual no puedo dejar de sorprenderme gratamente y agradecer infinitamente que me quieran tanto como yo los quiero. 

Una vez más GRACIAS por ese día tan especial. Ustedes son uno de los mejores regalos que me ha dado este último año. 



jueves, 4 de mayo de 2017

Como querer a todos y a ninguno en especial

Alguna vez escuché decir a una hermana del albergue: "Hay que querer a todos pero a ninguno en especial." 

Sólo hasta hoy entendí lo que significa esta frase que me ha enseñado cual es la función de un buen voluntario.


Son las 2 de la tarde y de nuevo suena el teléfono, tras varios mensajes de whatsapp. Julia, una paciente de 13 años está internada en el hospital desde hace un mes. Su estado es crítico. Tiene Leucemia Mieloide Aguda y el transplante de médula es su única opción. Donantes los tiene, es la última de nueve hermanos y cuatro de ellos son compatibles. El único problema es que está muy baja de plaquetas y su cuerpecito esta muy débil para seguir dándole batalla a una enfermedad que la hace estar alejada de su familia que vive en Chachapoyas desde hace 4 años. 

Respondo la llamada y escucho: "Hola! por fin me contestan, ayer donaron las plaquetas pero me dice la doctora que Julia ya no las necesita, que su cuerpo ya las está produciendo....pero y si no es así? y si vuelven a bajar?" y prosigue "estas plaquetas solo duran 24 horas y eran para ella, no sería mejor ponérselas ya?"

Me quedo callada por un momento y luego digo que no soy médico y por lo tanto no puedo interferir en la labor de los mismos. Que es la doctora de turno quien debe tomar la decisión, si le pone una nueva unidad de plaquetas o no. Lo único que podemos hacer nosotros como voluntarios, es hablar con una de las hermanas del albergue, quienes están siempre en contacto con los médicos en el hospital ya que lo visitan a diario y transmitirles nuestra preocupación.

La voluntaria en el teléfono me dice "ok, parece que soy la única que se preocupa, pero bueno, eso haré." usando un tono de voz bastante mortificado y me cuelga.

No es verdad que sea a la única que le preocupa. 

Julia es una de las niñas más dulces que conozco en el albergue. Una de las más animadas cuando llegaba con mi cargamento de materiales para hacer pulseras, ella fue la que me enseñó a hacer pompones. Siempre bromista pero a la vez muy cariñosa.

Recién fue su cumpleaños y aunque no estaba apta para recibir visitas, igual nos las ingeniamos para meter unos globos con helio y llevarle unos regalitos a su piso. Estaba feliz. Dios sabe cuánto daría yo porque esa sonrisa nunca desapareciera. Me encantaría tener la cura mágica para quitarle siquiera un poco el dolor, la tristeza y el fastidio de esta penosa enfermedad contra la que le ha tocado luchar.
Pero Julia no es la única que lucha. Está Juan, quien tiene 7 años y que desde que fue transferido de Cusco hace casi dos meses, no pisa la vereda fuera del hospital. Está la mamá de Juan que cuando me ve a mí o cualquiera de las otras voluntarias llora para desahogar su angustia ya que no entiende las notas de los médicos porque no sabe leer ni escribir. Esta Nicole, de tres años, nuevamente internada  y su mamá también. Están muchos, muchos pacientes que ni siquiera pertenecen al albergue al que ayudo, pero que es imposible no acercarme, conversarles, jugar un poco con ellos. Son tantos que en realidad necesitan nuestra atención, que tenemos que tratar de no perder nuestra perspectiva ni el objetivo de nuestra función.

Definitivamente,  es difícil no encariñarse, podría decir incluso que hay quienes conectan con nuestro corazón más fuerte. Pero el problema de uno de ellos no puede detenernos y menos hacer que nuestra preocupación y angustia sea un obstáculo para la gestión normal de los bancos de sangre ni la labor de los médicos. Buscar información sí, conversar con ellos para saber cual es la situación, pero tener muy claro que jamás podremos interferir con sus decisiones. 

Nuestra labor es dar consuelo y tranquilidad, dejar de lado nuestra propia angustia para ser calma, para los familiares del paciente y en especial para el propio paciente.

Pero debo reconocer que a mí también me costó aprenderlo. Me costó desprenderme de las emociones y sentimientos que afloraban por esos pequeños, para dejar fluir las cosas y dejar de controlar. Finalmente yo como voluntaria, estaba ahí para vivir el presente con ellos, hacerlos reír, llevarlos a comer pollo o pizza, hacer manualidades, hacer de su tiempo de vida, un tiempo placentero, sin importar cuanto dure. Entenderlo racionalmente, no costó tanto como asimilarlo internamente, pero al cabo de un tiempo de ver a algunos de estos angelitos partir (en algún momento, uno detrás de otro), no me quedó otra que aceptarlo. Y aceptarlo me ayudó  a desempeñarme mejor como voluntaria y seguir brindando consuelo, compañía y alegría a los que llegaron luego.

Una de las cosas que me alegran el alma es verlos sonreír por eso aunque suene duro prefiero quedarme con el recuerdo de la alegría de muchos de ellos en el corazón que verlos cansados, tristes y angustiados. Ellos ya no sufren, están libres de todo dolor en un lugar donde el cáncer no llega. Finalmente venció el amor más grande y se los llevó a gozar la felicidad eterna. 

También están los que se regresan a su hogar en provincia. Los que ganan la batalla en la tierra y sólo vienen ya para sus controles. Sin duda ellos también dejan una huella y el recuerdo de su sonrisa. 

Por eso considero que uno puede tener las ganas y el tiempo (más las ganas que el tiempo pienso yo) para ofrecer su ayuda en alguna institución benéfica, pero eso no es suficiente para desempeñar bien esa función. Es algo que se aprende con la práctica, algo que muchas veces demora en aprenderse,  pero que cuando finalmente se logra asimilar con el corazón, promete un camino que si bien no está exento de tristezas (somos seres humanos) puede ser mucho más beneficioso, no sólo para ti sino en especial para quienes acompañamos.



Gracias por leerme y hasta la próxima!!

jueves, 19 de enero de 2017

Color interior

El Cancer es una enfermedad que consume a quien la padece en etapas avanzadas, cambiado inevitablemente la fisonomía del enfermo sin importar la edad o la energía que tenga. Con la quimio a muchos niños se les hincha la carita, se les cae el pelo, algunos adelgazan mucho. Muchas veces he tratado de imaginarme fisicamente a algunos niños del albergue antes de entrar en esta lucha que les ha tocado vivir. 

Después de casi 3 semanas que no iba, esta semana regrese al albergue. Estaba contenta porque llegaba con una nueva actividad para hacer con ellos; pintaríamos y decoraríamos conchitas que había recogido en la playa, estaba segura que estarían felices. Pero la alegría me duró poco porque llegando al albergue me enteré que el día anterior había partido Clarita, una niña de 11 años que estaba en una etapa muy avanzada de la enfermedad. No la conocía mucho pero la veía siempre en el albergue con una peluca que tenía una trenza de lana amarilla, jugaba a ser Rapunzel. Quizá esperaba que llegara su príncipe y la rescatara, la llevara a un mundo encantado con un jardín mágico que le permitiera andar y correr con solo una pierna.

Es inevitable no recibir noticias como esa cuando eres voluntaria de un albergue para niños con cáncer, pero a pesar de ser consciente de esa realidad y de todas las capacitaciones y talleres que recibimos para estar preparados, siempre nos afecta. 

Pero el entusiasmo y el abrazo de los chicos que me recibieron sonrientes (quizá más por las mandarinas que traía) me hizo darme cuenta que estaba ahí para hacerles pasar una tarde divertida y que solo importaba el momento presente, así que saque el cargamento de conchitas, temperas y escarcha y dimos rienda suelta a la creatividad. 

Aunque disfrutaba de la alegría de los pequeños decorando sus obras de arte y sus locuras de siempre, jugando a ensuciarse y ensuciarme, no podía dejar de pensar en Clarita, más cuando vi a dos de sus amigas sentadas al otro lado del salón cabisbajas y sin ganas de participar en la actividad como siempre lo hacen. 

"Estamos tristes Tia, ayer se fue al cielo una amiga" 

Si lo se, les dije. " y no estás triste?" Me preguntaron. " claro que si" les dije " pero estoy feliz por ella" 

Vi que a Julia, una de las chicas, le sorprendió mi respuesta. Y continúe "Estoy feliz por ella porque hoy ya no sufre, hoy tiene otra vez sus dos piernas y podrá correr por el jardín más hermoso que existe, pues ya nada le duele" 
Julia sonrío y me dijo " verdad, ya tiene de nuevo sus dos piernas" y agregué “y un pelo largo y precioso como Rapunzel. Sabes tú cuál era el color de su cabello?" Julia se puso seria y me dijo " No tía, nunca la vi con cabello, no sé cómo era." 

Eso me dejó pensando en que quizá muy pocos supieran cómo era Clarita físicamente antes de su enfermedad, como era su cabello, como era su rostro, la imagino una niña linda con un cabello color castaño oscuro, quizá un poco ondulado, largo de todas maneras como ella siempre lo quería tener. Pero a la vez también pensé en que todos si sabían cómo era internamente, la recordaban por su dulzura y fortaleza. No era una niña extrovertida pero siempre estaba sonriente, aún en sus peores días y ese es el recuerdo que nos quedo a todos, a quienes no la conocieron tanto como yo y quienes la conocieron desde siempre y la amaron inmensamente como su familia 

Y en ese momento una vez más pude comprobar cómo lo físico es tan efímero, pasajero. Cambiamos, envejecemos, no sólo por una enfermedad, sino por el paso de los años. Sin duda mi piel a mis casi 47 años, ya no es la misma, mi físico sin duda va cambiando, pero me siguen entusiasmando las mismas cosas, sigo hablando mucho, cantando sola, emocionándome con los gestos de cariño, amando a los animales y odiando las injusticias. La esencia no cambia. 

Creo que por eso me gusta tanto pintar y hacer manualidades con los chicos, porque esas actividades sacan lo mejor de ellos, los muestra tal y como son en esencia. Seres maravillosos llenos de creatividad, fortaleza, brillo y color interior, lo mismo que se plasma en sus obras de "arte" 
Así aprendo a conocerlos más y quererlos por quienes verdaderamente son. Y asi recordaré a cada uno de ellos por siempre.


Gracias por leerme y hasta la próxima